Selenofilia: La fascinación o amor por la luna
Estamos en la semana de conmemoración de uno de los hechos más asombrosos y enigmáticos de la historia de la ciencia astronómica y la humanidad: la llegada del ser humano al cuerpo celeste que todos conocemos como la luna, el satélite de nuestro planeta tierra. La luna como realidad científica, su existencia y características, han ejercido gran influencia en el desarrollo de las civilizaciones, por lo que siempre ha sido motivo de veneración, estudio e inspiración tanto para astronautas comopara poetas. Desde los apasionados novios que prometen poner la luna a los pies de sus amadas hasta la fantástica transformación de un hombre en lobo por acción del misterioso influjo de la luna llena, los hombres hemos desarrollado un respeto por este astro que ha regido durante centurias las formas en que se miden los días, los ciclos lunares que determinan el comportamiento y tantas otras acciones derivadas de su presencia. Al amor por la luna se le llama selenofilia. Aprende más sobre este tema en esta nota:
La luna siempre ha ejercido una especial fascinación entre los hombres. El único satélite de nuestro planeta ha sido estudiado por astrónomos y alquimistas desde tiempos inmemoriales y su influencia sobre la vida en la Tierra ha generado infinidad de mitos y teorías que van de lo científico-histórico hasta lo fantástico y sobrenatural.
Los ciclos lunares alteran el comportamiento de humanos y animales, como puede deducirse al escuchar la expresión “estar alunado”, con el estado de ánimo hipersensible o en mala disposición. “Estar alunado” también sirve para denominar a los animales en época de celo. Otra cosa es “estar en la luna”, expresión que se usa para designar a alguien en un profundo estado de distracción o desconocimiento de algo.
Asimismo, obras artísticas en literatura, música y cine han sido dedicadas a la luna y su estudio profundo ha generado el surgimiento de ciencias como la Selenografía o la Selenofilia.
En la antigua Grecia, la Luna era una trinidad sagrada formada por Selene (Luna llena), Artemisa (creciente) y Hécate (menguante); su mensajero era el búho. Con los romanos esta tríada se simplificó en una única diosa: Diana la cazadora, la hermana gemela de Apolo, dios del Sol. Auxiliaba a las parturientas, y disparaba flechas para inspirar la locura o lunatismo. Para los aztecas, Coyolxauhqui es una diosa lunar, representada como una mujer desmembrada, ya que su hermano Huitzilopochtli la descuartizó y arrojó su cabeza al cielo cuando la diosa planeó matar a su propia madre junto a sus 400 hermanos; éstos se convirtieron en las estrellas.
Hay culturas en las que la Luna no es femenina, sino masculina. Para los antiguos egipcios era Toth el dios de la Luna, en contraposición a Ra, dios del Sol. En la India era Soma o Chandra, el dios de la inmortalidad, que va montado en un carro (que simboliza a la Luna), con el que recorre el cielo cada noche. En octubre se celebra en China el Festival de la Luna, donde se cuenta la leyenda de Chang O, que tomó por error el elixir de la inmortalidad y desde entonces se encuentra desterrada en su Palacio de Cristal en la Luna.
La tradición oral conservó hasta nuestros días los mitos de las brujas que se reunían bajo la luz de la Luna a lanzar sus conjuros, o el mito del hombre lobo, que sufre su transformación en noches de luna llena. En las cartas del tarot se asocia la carta de la Luna a las visiones, la locura y el genio. Entre las supersticiones que han llegado hasta nuestros días las más extendidas son la de cortar el pelo en luna llena para que crezca fuerte, y las uñas en menguante, para que tarden más en crecer. En la antigüedad, fueron los Teutones quienes comenzaron con la práctica de la luna de miel: sus bodas se celebraban bajo la luna llena y después los novios bebían licor de miel durante 30 días.
En algunas culturas primitivas se cree aún hoy en día que la Luna puede embarazar a las mujeres, por lo que evitan mirarla. La lunacepción es una teoría anticonceptiva de 1971 de Louis Lacey que relaciona la luz lunar con los ciclos menstruales. Además, el plenilunio nos pone neuróticos y violentos, y acelera la fase final de los embarazos. Y la mala suerte perseguía a quien dormía con la luz de la Luna bañando su rostro, porque provocaba pesadillas y podía conducir a la locura.
Para el Islam la media luna se ha convertido ya en un símbolo, aunque originariamente era la enseña del Imperio Otomano. Además, el calendario islámico sigue siendo lunar, y el Ramadán observado por los musulmanes se celebra el noveno mes del calendario lunar islámico; comienza después de que se distinga la luna nueva y termina cuando aparece la siguiente.
La Luna marca la celebración de la Pascua para el mundo cristiano. Ésta se celebra el primer domingo posterior a la primera luna llena tras el equinoccio de primavera o después de este. Los dos términos hebreos para designar al mes son yéráh y hodésh, cuyo significado primitivo es Luna y luna nueva. Los meses hebreos siempre han sido lunares y se extienden desde la luna nueva hasta la siguiente.
La Luna ha inspirado grandes composiciones musicales. Dos de las piezas más hermosas y célebres de la historia de la música son los Claro de Luna de Ludwig van Beethoven (Sonata nº 14 en do sostenido menor, Op. 27, nº 2, 1801) y de Claude Debussy (Suite Bergamasque, 1905), dos piezas que comparten un mismo nombre, pero un espíritu muy diferente.
Podemos encontrar referencias a la Luna en canciones como Blue Moon de Elvis Presley (1956); Moon River, interpretada por Audrey Hepburn en la película Desayuno en el Tiffany’s (Breakfast at Tiffany’s, 1961); Fly me to the moon, de Frank Sinatra (1964); el disco The Dark side of the moon (El lado oscuro de la luna), de Pink Floyd (1973), por poner sólo algunos ejemplos.
En este listado brilla con luz propia el francés Julio Verne, que con sus novelas De la tierra a la Luna (1865) y Alrededor de la Luna (1870) demostró una intuición asombrosa: la nave era disparada como un proyectil y se lanzaba desde un lugar en Florida cercano a Cabo Cañaveral, lugar desde donde se lanzó el Apollo 11.
Desde los comienzos del cinematógrafo, los viajes a la Luna han tenido su hueco en el celuloide. El pionero Georges Méliès ya filmó su Viaje a la Luna en 1902, y el español Segundo de Chomón rodó en Francia su propia versión en 1908. Probablemente, la representación más mítica en celuloide continúa siendo la que hiciera Stanley Kubrick a partir de una historia de Arthur C. Clarke, en 2001: Odisea en el espacio, estrenada un año antes de que Armstrong pisara la Luna.
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