Efemérides: Carlos «El Chino» Domínguez (1933-2011)

Carlos “El Chino” DomínguezUn día como hoy falleció un personaje entrañable de la historia reciente de nuestro periodismo. Quizás en esta época, en que hasta los teléfonos celulares más simples cuentan con un dispositivo para tomar fotografías, sea un poco difícil hablar de reporteros gráficos que se destaquen entre los miles de ciudadanos, de todas las edades, que están en capacidad de captar una imagen y generar noticia a partir de ella, independientemente de su calidad técnica, visual o artística. En los ochentas, Carlos «El Chino» Domínguez no solo se caracterizó por tomar buenas fotos, las cuales después se las peleaban los principales medios para los que él colaboraba -algo así como un Peter Parker real- sino que además era un cronista visual, con la suficiente cultura y calle para detectar cuándo disparar y cuándo no, cuándo usar el blanco y negro y cuándo no, cuándo ser dramático y cuándo bromista. Lo que hoy hacen los fotógrafos de catálogo, con exposiciones y «books» sobreproducidos para las secciones de sociales, Domínguez lo hizo en manga de camisa, con la rodilla en el piso, en medio de manifestaciones y gases lacrimógenos o de jaranas y noches de bohemia. Como maestro, muchos de sus alumnos hoy preservan su legado. Aquí un homenaje a través de esta nota publicada en La República al momento de su muerte, a los 78 años de edad (escribe: Carlos Páucar).

Carlos “El Chino” Domínguez , reportero entrañable, dejó de existir. Él, que convirtió la fotografía en protagonista, en este nuestro país de todas las sangres. Él, que marcó, con sus luces y sombras, con su ojo genial, con su precisa puntería y genialidad en el encuadre, la historia de la segunda mitad del siglo XX en el Perú.

Se lleva su contagiante picardía, su forma pausada de contar anécdotas, sus ganas de vivir. Hasta hace 15 días batalló, durante meses, y fortalecido por el apoyo de su familia, contra la grave dolencia renal que lo aquejaba y un cáncer al pulmón, que finalmente causaron su deceso.

Fue, la suya, una lucha constante. El Chino se resistía a permanecer quieto, lejos de su cámara que se convirtió en su sello de identidad. Por eso alistaba, pese a lo avanzado de su enfermedad, dos libros con sus mejores fotografías. Los amigos que oían sus planes lo miraban incrédulos. Contagiaba su gran vitalidad.

Incluso en noviembre último, el Chino celebró muy alegre su onomástico , pese a la sonda a la que estaba unido. Fue, aquel sábado seis, una jarana magnífica, con el criollísimo Pepe Villalobos en el cajón y Renzo Gil con su guitarra genial. Mientras se entonaban jaranas, y en tanto su esposa Antonieta servía un soberbio potaje de cabrito y frijoles, el querido Chino Domínguez aplaudía, coreaba las canciones, compartía anécdotas.

Pero la muerte se le cruzó en el camino. Ella no podrá borrar, sin embargo, la pasión que tenía por el oficio de reportero, por la fotografía de hechos sociales y personajes que hacen historia.

Para el Chino, el periodismo era un apostolado, un vicio hermoso, la única enfermedad que no hubiera querido fuera de su vida. Si en este oficio se avanza entre los abismos del poder político y económico, el Chino sabía que el periodista tiene la seguridad del equilibrista. Sabía que esa seguridad era su talento y el poder informativo de sus fotografías.

Desde que se inició en la revista El Gráfico, en los años 50, el Chino empezó a sentir que la fotografía era un testimonio, un contenido social, pero también podía tener una estética, mucha belleza visual. Un día decidió dominar su cámara, y no al revés, y así empezó su búsqueda gráfica en medios importantes como La Prensa, El Comercio, Caretas y La República, donde hizo historia con reportajes gráficos.

Era capaz de atrapar el gesto incierto de un niño vendedor de las calles de Lima con la misma fuerza expresiva que un político con gesto postizo y disforzado. Capturaba en su lente a un loco lleno de andrajos, “afeando” una parte de la ciudad, y también un bello paraje urbano. Retrataba a un presidente con la misma profundidad que a un peatón angustiado.

Sus imágenes y los libros en los que las reunió le ganaron calificativos como el mejor fotógrafo del periodismo o maestro del fotoperiodismo. Era admirado por muchas generaciones de reporteros seducidos por su toque genial a la hora de captar una imagen. Era, sin embargo, muy crítico con el fotoperiodismo actual. “Son muy buenos. Espontáneos, audaces. Pero no son gente preparada intelectualmente. No tienen cultura fotográfica. No podemos vivir del chiripazo”, comentó.

Uno de sus libros, “Los Peruanos”, condensa su visión particular de lo que somos, de lo que podemos llegar a ser. Rostros y rastros asoman en esas páginas. Allí, el Chino se convierte en un psicólogo, en un analista social. Muestra a cada personaje en situaciones únicas, reveladoras, que dicen mucho de su angustia o de su existencia.

Fuente: La República

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