In Memoriam: Gregorio Martínez Navarro (1942-2017)
Cuando se habla de literatura afroperuana, las menciones a Enrique López Albújar y su romántica y trágica historia de amor Matalaché (1928) o a las décimas del genial Nicomedes Santa Cruz son inevitables. Sin embargo, en la década de los años setenta apareció una pluma afilada y costumbrista que concentró sus esfuerzos narrativos en aspectos prohibidos de la cultura negra de la costa sur del Perú: la sensualidad pueblerina que caracteriza la prosa popular de Gregorio Martínez -"Goyo" para quienes lo conocieron- puede sonar hereje y descarada, pero es también respetuosa de la realidad y consciente de que ese tono frontal y provocador, tiene su raíz en la vida real de todo un pueblo. Las jergas localistas y los personajes arrebatados de Martínez están basados casi siempre en personas reales, siempre con su toque de realismo mágico al estilo de su natal Nasca. Don Gregorio Martínez falleció el 7 de agosto, a los 75 años, en el estado de Virginia, víctima del cáncer. Aquí una semblanza suya extraida del diario La República, donde escribió en los ochenta.
Escritor y cronista
por Pedro Escribano
Gregorio Martínez Navarro nació en Coyungo, Ica, en 1942. Estudió educación en La Cantuta sin dejar de transitar por los senderos de la narrativa. En los años setenta, en la revista Fabla, publicó su primer cuento. Después se integró al grupo Narración, conformado, entre otros, por Miguel Gutiérrez, Oswaldo Reynoso y Antonio Gálvez Ronceros.
Desde su primer libro, Tierra de caléndula (1975), Gregorio Martínez, como Gálvez Ronceros, recoge personajes del universo campesino costero, sobre todo afrodescendientes. Pero es con su novela Canto de sirena (Premio de Novela José María Arguedas 1977), que instala a un personaje en nuestra narrativa, Candelario Navarro, “Candico”. Un personaje de carne y hueso, un campesino que fue huaquero con Julio C. Tello y del que Gregorio Martínez supo recoger su sabiduría y visión de mundo en su novela.
“Son poco los libros que expresan lo popular con la naturalidad y verdad de Canto de sirena. Y menos aún los que, sin dejar de ser críticos, están como este, llenos de buen humor, desbordante de salud, de alegre sexualidad. Su lenguaje es tan fresco, su desenfado y vitalidad tan grandes, que para muchos esta novela resultará escandalosa”, anotaban los editores de Mosca Azul en la primera edición de la novela.
Después publicó La gloria del piturrín y otros embrujos del amor (1985), Crónica de músicos y diablos (1991). Biblia de guarango (2001), Cuatro cuentos eróticos de Acarí (2003) y el texto de ensayo Libro de los espejos, 7 ensayos a filo de catre (Premio Copé, 2004).
Así, Goyo Martínez también tenía vena y punche para cronista. Pero también coraje. Durante la dictadura de Francisco Morales Bermúdez, escribía en el semanario La Calle y después en El Caballo Rojo. Pero cuando se tenía que poner el cuerpo, también estaba allí. Junto a Mario Florián, Cesáreo Martínez, Hildebrando Pérez Grande, Jorge Roncal y Gonzalo Espino hizo una huelga de hambre en 1979, en apoyo al Sutep.
Como cronista, vale también recordar la inolvidable crónica Travesía de extrabares con Martín Adán, en la que narra el asedio al insondable autor de Travesía de extramares en compañía de Cesáreo Martínez.
El diario La República lo tuvo en dos momentos. Primero, en los años 80, haciendo calle donde lució su prosa cunda, su desenfado y buen humor como marca de su estilo. Después, en los años 2000, colaboró con esta página. Escribió sobre diversos temas con el mismo gracejo y buen saber. Estas crónicas han sido publicadas en Mero listado de palabras (2015).
La mayoría de sus obras presentan a personajes afroperuanos en la costa sur peruana, en especial en lugares como Coyungo, Acarí, y sus alrededores. Martínez también exploró la riqueza del lenguaje oral de los afrodescendientes en el Perú.
Canto de sirena cuenta la historia del viejo Candelario Navarro, un hombre afroperuano que narra sus aventuras amorosas y las hazañas de vida. La novela de Gregorio Martínez se ha relacionado también con Matalaché (1928), de Enrique López Albújar.
Mientras que Crónicas de músicos y diablos, relata los viajes de una familia de músicos negros peruanos, los Guzmán, y la historia de los negros cimarrones de Huachipa.
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