Las Vírgenes Vestales ¿quiénes eran?
Hace poco tuvimos ocasión de escuchar a un conocido congresista criticando las intenciones, de un grupo de sus opositores, de aparecer como «santas palomas», sin mancha ni error que se les pudiera reprochar, y de erigirse como los únicos capaces de lanzar críticas, juicios morales y acusaciones, refiriéndose a ellos como «si fueran las vírgenes vestales de la política peruana». Como todos sabemos, la virginidad es la condición máxima de la pureza en términos físicos y espirituales. En la religión católica, María concibió a su hijo Jesucristo sin perder la virginidad, es decir, sin haber tenido relaciones sexuales. Esta noción de la pureza asociada a la no tenencia de contacto sexual es una de las creencias más arraigadas de nuestras culturas, ya que en diversos credos -no solo el católico- la inocencia de la niñez y, en otras, épocas, de la adolescencia «se pierde» (y con mayor énfasis cuando se habla del género femenino) cuando llega la edad adulta y, con ella, el descubrimiento de los placeres sensoriales, la capacidad reproductiva, etcétera. Pero el uso de esta referencia –vírgenes vestales– de parte de un congresista nos hace reflexionar y preguntarnos quiénes eran estos personajes, qué papel cumplían en la religión de la Antigua Roma, de dónde provienen históricamente… Si no lo saben, lean con atención la siguiente nota:
Uno de los elementos que integraban la religión en la Antigua Roma -la cuna de la civilización occidental junto a la Grecia ancestral- son los Colegios Sacerdotales, instituciones que formaban al sacerdocio que dirigía y/o estaba al servicio de las divinidades a las que rendían culto doméstico, público e imperial.
Vesta era la diosa del hogar, poseedora del fuego sagrado y, aunque no hay representaciones iconográficas que nos permitan establecer su apariencia, los historiadores han concluido que se trata de una divinidad femenina, y simboliza el calor del hogar, su carácter sagrado. Su equivalente en la mitología griega es Hestia.
Vesta tenía a su servicio a una orden de sacerdotisas, a las que se les conocía como las Vírgenes Vestales, y constituían uno de los once colegios sacerdotales de Roma. Las Vírgenes Vestales se encargaban de cuidar y resguardar el fuego sagrado de su diosa, el fuego sagrado del hogar. Vivían en la Casa de las Vestales y estaban obligadas a cumplir con este servicio durante 30 años.
Los pontífices o sumos sacerdotes eran los encargados de seleccionar a las vírgenes vestales, desde niñas (entre los 6 y 10 años) y los criterios básicos era que fuesen de padre y madre ubicables en el entramado social (no bastardas ni huérfanas) y de gran hermosura. Debían permanecer vírgenes durante los 30 años de su sacerdocio, que se dividían de la siguiente manera: 10 dedicados al aprendizaje, 10 al servicio propiamente dicho y 10 a la instrucción de nuevas vestales. Después de cumplidas las tres décadas de servicio, una vestal podía casarse y hacer una familia pero si perdía la virginidad durante su ejercicio sacerdotal, era condenada a la muerte (por lapidación, decapitación o enterramiento en vida).
Como su función esencial era cuidar el fuego sagrado del Templo de Vesta, si este se extinguía la responsabilidad recaía en la vestal que estuviese de guardia durante la ocurrencia. Al ser descubierta era castigada con azotes y posteriormente, el fuego volvía a ser encendido y puesto bajo la supervisión de una nueva vestal. Las vestales tenían el poder de absolver a los condenados a muerte si se cruzaban con ellos rumbo al cadalso, pero solo si ese encuentro hubiera sido de casualidad.
El Templo de Vesta, ubicado al sur de la calle más importante de la Antigua Roma -Vía Sacra- rumbo al Gran Coliseo, era donde se ubicaba el fuego sagrado, pues era la casa de su deidad protectora. La construcción, hoy en ruinas, fue motivo de diversas restauraciones hasta que, con la llegada y extensión del Cristianismo durante los primeros siglos de nuestra era, fue quedando en el olvido. El culto a la diosa Vesta fue instaurado por el segundo rey de Roma, Numa Pompilio; y se mantuvo vigente hasta finales del siglo III, en que el templo fuera clausurado por orden de Teodosio I.
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