Manuel González Prada: Aun vigente después de 100 años
Este 22 de julio se cumplen 100 años del fallecimiento de Manuel González Prada, uno de los pensadores políticos más incómodos para la oficialidad, cuyas palabras suenan hoy lamentablemente vigentes tras la nueva ola de noticias relacionadas a las redes de corrupción que operan en nuestras principales instituciones públicas. Pero González Prada fue además poeta, y uno de los mejores de su generación, representante máximo del realismo y el modernismo literario. Sus discursos y lapidarias frases quedaron para el recuerdo de unos cuantos, mientras se le excluye de todo homenaje masivo porque simboliza aquello que no quieren escuchar: la idea aguda y frontal, valiente y sin deseos de quedar bien con todo el mundo, capaz de llamar a las cosas por su nombre sin temor y con fina elocuencia. Un maestro, Manuel González Prada, que merece ser recordado este año.
José Manuel de los Reyes González de Prada y Álvarez de Ulloa, conocido como Manuel González Prada fue la figura más discutida e influyente en las letras y la política del Perú en el último tercio del siglo XIX. Como ensayista es considerado uno de los mejores de su patria, destacando por sus feroces críticas sociales y políticas, tendencia que se acentuaría después de la Guerra del Pacífico. Ejerció también como Director de la Biblioteca Nacional del Perú (1912-1914 y 1915-1918).
En el plano literario se le considera el más alto exponente del realismo peruano, así como por sus innovaciones poéticas se le denominó el “Precursor del Modernismo Americano”. Como prosista, es recordado principalmente por Pájinas libres (1894) y Horas de lucha (1908), ensayos donde muestra una creciente radicalización de sus planteamientos. Defendió todas las libertades, incluidas la de culto, conciencia y pensamiento y se manifestó en favor de una educación laica.
Durante la guerra contra Chile, participó en las batallas de San Juan y Miraflores. Al producirse la ocupación de Lima por las tropas chilenas, se recluyó en su casa en señal de protesta (1881-1883). Tras la partida de los invasores, reinició su labor periodística y esta vez desató su ira contra los vicios nacionales que habían causado el desastre bélico, con un verbo muy elocuente e incisivo.
En 1887, se casó con la francesa Adriana Adelayda Verneuil Conches. Sus dos primeros hijos, una mujer (Cristina) y un varón (Manuel), murieron antes de cumplir el primer año de vida (1888 y 1889, respectivamente). Un tercer hijo nacería más tarde, en París: Alfredo, quien si sobrevivió a su padre.
Algunos de sus discursos tuvieron gran resonancia, como el leído en el teatro Politeama en 1888 donde se proclamó su célebre frase: “¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra!”, convocando a la lucha por el cambio social, contra las malas ideas y los malos hábitos, contra leyes y constituciones ajenas a la realidad peruana, contra la herencia colonial, contra los profetas que anunciaban el fracaso definitivo de América Latina.
A finales de 1891 viajó a Europa donde permaneció alrededor de siete años. A su regreso al Perú, imbuido de las ideas anarquistas, reinició sus críticas contra la corrupción política, identificándose con la clase obrera.
En 1901 publicó su primer libro de poesía. Colaboró, de 1904 a 1909, en el periódico mensual Los parias, con artículos sociales. En 1908 publicó en Lima su libro Horas de lucha, y en 1911, su segundo libro de poesías Exóticas. En 1912 se le confió la dirección de la Biblioteca Nacional en reemplazo de Ricardo Palma. Al producirse el golpe de estado de febrero de 1914, se instaló un nuevo gobierno presidido por el coronel Óscar R. Benavides. González Prada, contrario al militarismo, renunció a su cargo e inició la publicación del periódico La lucha, del que solo salió un número, requisado por la dictadura.
Falleció repentinamente en Barranco, Lima, el 22 de julio de 1918 a los 74 años de edad, víctima de un síncope cardíaco. Fue enterrado en un mausoleo del Cementerio Presbítero Matías Maestro. Le sobrevivió su esposa, Adriana Verneuil (fallecida en 1947), quien escribió en su recuerdo el libro Mi Manuel (Lima, 1947); y su hijo Alfredo González Prada, que compiló su obra inédita, trabajo que fue continuado por Luis Alberto Sánchez.
Como dice el reconocido jurista Ronald Gamarra, en un artículo titulado Cien años sin González Prada, publicado en el semanario Hildebrandt en sus trece, el viernes 4 de mayo de 2018: “Rendir homenaje a la memoria de Gonzáles Prada en estos tiempos ha de ser como mentar la soga en la casa del ahorcado. Mejor, pues, dejarlo pasar en silencio y declarar cualquier cosa como lema oficial del año. Cualquier cosa menos recordar a quien, en cada línea, en cada frase, viene marcándonos a fuego desde hace más de un siglo… Que el Estado peruano haya decidido olvidar a Gonzáles Prada y hacer a un lado su memoria, nos obliga como ciudadanos a hacer exactamente lo opuesto. Recordar hoy, más que nunca, a don Manuel, leer y releer sus ensayos, reflexionar sobre ellos y encontrar el puente entre su actitud y la que nos exige la hora presente, debiera ser el modo de conmemorarlo y rendirle homenaje. Sería también una manera de refrescar y recuperar fuerzas y aliento para contrarrestar la inevitable desmoralización y fatiga que produce la realidad que vivimos y sufrimos… Pero no solo debemos recuperar a Gonzáles Prada en su vena de autor de ensayos políticos. Fue también un fino y cuidadoso poeta que no ha sido leído y celebrado como se debe. Su poesía, del mismo modo que su prosa, marca el inicio de la escritura literaria contemporánea en nuestro país. Me parece que en esto hay consenso unánime entre los estudiosos. Antes de él, todo es más o menos coloniaje, todo mira al pasado. Con él empieza a expresarse una nueva mirada enfocada hacia lo actual, lo real, lo desmitificador, lo que inquiere por el futuro sin eludir el escepticismo”.
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