Prof. Gabriel Rivadeneyra Escalante: Un juglar moderno
De vez en cuando aparecen personas con una mentalidad de avanzada, capaces de demostrarnos que con acciones (en apariencia) muy sencillas podría cambiarse la situación actual de anomia, ignorancia y desprecio por la cultura que nos aqueja como sociedad. Personas que, seguras de sí mismas y convencidas de que tienen un don, salen a las calles a repartirlo sin mayor ambición que impactar un poco en la vida de la gente, hacerla pensar en algo útil, enseñar y transmitir los conocimientos que ha obtenido con esfuerzo, con horas de estudio y lecturas, ahorrándonos el trabajo. La mayoría de personas vive su vida distraídamente, aplicando la ley del menor esfuerzo (de forma negativa) o confirmando lo que diría Marco Aurelio Denegri: “el ser humano es la única especie animal que se esfuerza por no hacer ningún esfuerzo” por lo que preferimos poner la mente en blanco y mirar fijamente una pantalla y sus latigazos de colores HD, o las fotos exhibicionistas de nuestros “amigos del Facebook”, en lugar de leer un libro de historia y reflexionar sobre nuestro pasado, atar cabos, asociar ideas, entender un poco más nuestra historia, nuestro país. Y de repente, un profesional culto, preocupado por haber aprendido todo lo que a nosotros no nos interesa aprender, nos regala parte de su cultura mientras nos trasladamos de un lugar a otro como usuarios del caótico transporte público. Esa persona, ese portador de cultura gratuita, sube y baja de buses atestados de personas y habla, predica, como si estuviera en un desierto. ¿Quieres conocerlo? De ese profesor urbano, de ese juglar moderno, trata esta nota:
Algunos sociólogos afirman, con mucha razón, que aquellas personas que no usan el transporte público -por lo menos en Lima- pierden, de manera inevitable, contacto con la realidad, encerrados en sus automóviles que van pagando a plazos, con las lunas arriba, absortos mirando el camino y tocando el claxon. Es cierto que las generalizaciones nunca son acertadas, pero hay una enorme cantidad de personas que no saben cómo vive la población de a pie, la que se traslada a diario en estos autobuses. Y a veces se pierden de eventos muy interesantes, historias valiosas y anónimas (o de breve presencia en los medios convencionales) pero que cambian a diario la vida de aquellas personas que tuvieron la sensibilidad suficiente para darse cuenta de lo que pasaba frente a ellos.
Por lo general, el viaje en una unidad de transporte público -combi, micro u ómnibus grande- no es una experiencia placentera ni mucho menos. La agresividad, ese vicio social que nace de la mezcla de múltiples frustraciones (laborales, económicas, familiares, personales) con la natural actitud de choferes, cobradores y pasajeros que están permanentemente a la defensiva, unos contra otros, domina el ambiente desde que uno sube, a duras penas, a estos vehículos. Desde la manera violenta de conducir hasta el permanente ruido de la radio a todo volumen, las pugnas por no ser atropellado ni invadido en el mínimo espacio vital que queda y la incomodidad (porque no hay asiento, porque hay apreturas, porque hay gritos, pisotones, olores, etc), hace que pasarla bien en un viaje de regreso a casa sea algo que ocurre una vez a las quinientas.
El profesor Gabriel Rivadeneyra sabe eso, y se enfrenta, de manera quijotesca, a ese ambiente cargado de agresividad todos los días, y la mayoría de veces sale airoso. “Al principio la gente me veía con desconfianza, pensaba que subía a pedir plata o a vender golosinas, pero ahora ya varios me conocen y me escuchan”. Rivadeneyra, como ya ha sido mencionado en otros medios, estudió en San Marcos para ser profesor de Historia pero se quedó sin empleo, y decidió llevar sus conocimientos a los pasajeros de diversas líneas de ómnibus, por lo general las de formato más grande, a cambio de una “colaboración voluntaria”. El docente, de 42 años de edad, no trabaja solo, sino que forma parte de un grupo denominado Colectivo Javier Prado, que publica en Facebook datos históricos sobre Lima, sus calles y nuestros héroes nacionales.
Rivadeneyra se sujeta del pasamanos y empieza su disertación, con voz fuerte y facilidad de palabra, y sin dejar de lado un poco de humor para que las personas que lo escuchan -que no son todas- no se pierdan un detalle de la historia del día. Esta semana el tema fue la Batalla de Arica (7 de junio de 1880), la gesta de Francisco Bolognesi, Roque Sáenz Peña y Alfonso Ugarte, la bandera y el pobre concepto que hoy tenemos de ella: “Hoy a los jóvenes les importa más la bandera de su equipo de fútbol que la bandera de su país. Ver a una señorita desnuda montada sobre un caballo que lleva en la grupa la bandera nacional es un insulto, pero hoy eso se celebra y se publica. Habría sido imposible en 1880”, cuenta el profesor, que lleva una maleta sencilla cruzada en el pecho y tiene aspecto de ser un pasajero más y no uno de esos mercachifles que, a gritos -y a veces hasta con sencillos pero ruidosos sistemas de amplificación- venden chocolates, piden limosna, rapean.
El ómnibus está repleto de pasajeros de distintas edades y costumbres. Los más jóvenes ni cuenta se dan de que hay un docente dictando una clase magistral sobre uno de los hechos más importantes de la historia de nuestro país. Sus pulgares se mueven a la velocidad del rayo respondiendo mensajes en su teléfono inteligente, probablemente acerca de lo que hicieron el fin de semana pasado o lo que harán el siguiente. Se ríen solos. Se agitan. Sus cabezas se sacuden al compás repetitivo de un reggaetón agresivo y vulgar que escuchan a través de sus audífonos, a un volumen tan alto que quienes están de pie, luchando para no caer unos encima de otros por los frenazos violentos del chofer, también pueden oír. La mayoría de esos jóvenes se perdieron los interesantes datos del docente: Roque Sáenz Peña fue argentino y presidente de su país en 1910, Francisco Bolognesi fue llevado a ciegas a conferenciar, los restos de Alfonso Ugarte están en la Cripta de los Héroes del Presbítero Maestro.
Algunas personas escuchan atentamente al profesor Rivadeneyra y, cuando finaliza su exposición, le agradecen y hasta lo aplauden y le dan, de buen grado, el “óbolo” que solicitó antes de retirarse. No son todos pero se me ocurre pensar que ese pequeño porcentaje de ciudadanos de a pie que respondieron positivamente es lo que anima el espíritu didáctico de este juglar moderno que va lanzando historias acerca de héroes, calles y momentos cumbres que dieron forma a nuestra identidad nacional. Si de un promedio de 80 o 100 personas que viajaban atiborradas en aquel ómnibus, 10 o 20 (siendo optimistas) le hicieron caso, ya es ganancia para este predicador moderno de historias del pasado.
El profesor Gabriel Rivadeneyra Escalante y el Colectivo Javier Prado están haciendo un trabajo notable de difusión cultural, aprovechando el estado caótico del sistema de transporte público de Lima que permite estas incursiones de personas que ofrecen de todo, desde helados hasta manuales de cómo ser “más pendejo”. Y están sembrando pequeñas semillas que germinan en aquellas personas que, al llegar a sus casas, comentarán lo que aprendieron con sus padres, hermanos, parejas o hijos.
Su proyecto a largo plazo es publicar un libro rescatando las historias que se escinden detrás de los nombres de las calles, personajes y momentos que hoy nadie conoce ni difunde. Y pretenden financiar ese proyecto con este trabajo pesado que los expone a pequeñas satisfacciones y grandes indiferencias de una población mayoritariamente ensimismada, que le ha cerrado las puertas a la educación y la cultura de manera voluntaria, influida por los medios que les ofrecen diversión inmediata y permanente, las redes sociales que promueven el individualismo y el culto a lo material y lo superfluo. Eso merece un aplauso y un reconocimiento de toda la comunidad docente.
Felicito al Prof. Gabriel Rivadeneyra Escalante por tan noble y valiente acción. Y a Uds. por difundirlo, así conocemos la tarea pública de nuestro compañero de labor.
Como dicen, no todos le prestan la atención debida, pero con una décima parte de oyentes, MUCHO SE HA LOGRADO, porque ellos harán el efecto multiplicador en sus hogares o en sus amigos. Y si no, al menos ellos ya se enteraron.
Ante tanta contaminación sonora, auditiva y visual, la presencia de este maestro sanmarquino, es un bálsamo para la mente y el corazón. Gracias por ello.