Reflexiones Magisteriales: Mundial de Rusia 2018, ante todo mucha calma
En las últimas semanas hemos asistido a una explosión de euforia colectiva frente a la posibilidad, cada vez más cercana, de que la Selección Peruana de Fútbol clasifique (Mundial de Rusia 2018), por primera vez después de 36 años, a un mundial. Estas emociones desbordadas, si bien es cierto son positivas desde el punto de vista que levantan el ánimo de la población, normalmente decaído, también deben moderarse para que no se conviertan en fuente de problemas sociales que tergiversen la genuina alegría de los amantes de este popular deporte. Como docentes nos corresponde "pisar la pelota" y poner sobre la balanza los pro y los contra de las celebraciones, los arrebatos y el fanatismo que despierta un equipo de fútbol.
La última vez que Perú fue a un mundial de fútbol fue en 1982, en que se jugó en España. A estas alturas, este dato ya no es novedad para nadie pues la profusa difusión de notas recordando este hecho deportivo hizo que hasta el menos interesado en el fútbol tenga claro los nombres, las fechas, los goles. En las calles se desató una euforia que desde hace mucho no se ve, una algarabía que no solo se explica por el gran arraigo que tiene el llamado "deporte rey" en nuestro país, sino también por el ansia de recibir y celebrar buenas noticias, en un país que se caracteriza por un alto nivel de infelicidad, producto de la pobreza, la desigualdad y la corrupción institucionalizada.
En televisión hemos visto de todo, tras el último partido en que Perú y Colombia empataron, asegurando la participación de nuestra selección en un repechaje contra Nueva Zelanda, que se jugará en noviembre. Desde policías que hacían barra mientras dirigían el tránsito hasta lamentables peleas callejeras, calles llenas de basura y choques en el tráfico, ocasionados por el inevitable desborde de la celebración hasta altas horas de la noche, en bares y plazas públicas, en las cuales los municipios autorizaron la cinstalación de pantallas gigantes frente a las cuales se apostaron las multitudes en espera ruidosa de un gol peruano.
¿Son las banderas, camisetas y caras pintadas de rojo y blanco expresión de amor a la patria e identidad? No necesariamente, sobre todo si al minuto siguiente las mismas personas que alientan y cantan a voz en cuello el Himno Nacional provocan desorden y pasan por encima de su prójimo, tocando el claxon, metiendo el carro, dejando botellas, latas y plásticos regados en la plaza donde vieron el fútbol. Nuestros alumnos tienen una gran oportunidad para aprender ahora, que el deporte congrega la atención nacional, sobre los límites en esta clase de situaciones.
Desde su aparición a comienzos del siglo 20, el fútbol ha demostrado ser el deporte que mayor fanatismo genera en el hemisferio occidental y, para muchos países, ir o no ir a un mundial equivale a un motivo para la depresión, como es el caso de Argentina o Brasil que, debido a su tradición futbolísitca, no conciben siquiera la idea de quedar eliminados. Países europeos como Alemania, Francia o Inglaterra, aunque no demuestran sus emociones tanto como los latinoamericanos, pueden también sumirse en la tristeza si sus selecciones fracasan y no llegan al mundial.
Estas reacciones son peligrosas pues pueden generar violencia, frustraciones sobredimensionadas que, en algunos casos, terminan hasta en suicidios. Como ocurre siempre en casos de desequilibrio emocional, y especialmente en un país como el nuestro en que la salud mental no es hasta ahora una política de Estado, estos potenciales peligros se hacen más fuertes. Por eso la recomendación es mantener la ecuanimidad aun si los resultados son favorables, ya que es señal de equilibrio que se traduce finalmente en un mejor nivel de convivencia. Está bien alegrarse y celebrar, pero siempre con los pies puestos sobre la tierra.
Uno de los efectos más positivos de la coyuntura actual, en que el fútbol peruano parece estar listo para retornar a la competencia mundial más importante, se da frente a nosotros, en nuestra actividad diaria: en varias calles hemos visto a grupos de alumnos jugando fulbito, como ocurría hace treinta años, dejando por un rato a un lado sus tablets y teléfonos inteligentes. Incentivar la actividad física y el cariño por el deporte es una tarea muy difícil para nosotros, en estos tiempos de internet y redes sociales, que absorben por completo la atención de nuestros alumnos. Quizás el equipo dirigido por el entrenador argentino Ricardo Gareca nos ayude a corregir eso. Por ello está bien apoyarlos pero con mucha calma.
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