¿Y quién fue Domingo Faustino Sarmiento?
Latinoamérica ha sido cuna de grandes educadores: Andrés Bello en Venezuela, José Vasconcelos en México, Gabriela Mistral en Chile, José Antonio Encinas en Perú. Y en Argentina, esta figura recae en Domingo Faustino Sarmiento, docente, escritor, militar y político que llegó incluso a ser presidente de su país, de 1868 a 1874. Este hecho, sin precedentes en la historia argentina, es un orgullo para la profesión docente. ¿Se imaginan a un docente ejerciendo el más alto cargo público de una nación? Eran, desde luego, épocas en las que el maestro, como tal, independientemente de la situación de cada país, era en nuestra región un profesional sumamente respetado, pues se tenía muy claro el vital rol que tenía -y que debería seguir teniendo- en el desarrollo social, cultural y económico como formador de las nuevas generaciones. En estos tiempos, tal y como se entiende la política a nivel mundial, sería difícil pensar que un maestro de escuela pública llegue a tan altas instancias de decisión, pero ejemplos como el de Sarmiento merecen ser recordados como fuente de inspiración para afrontar con orgullo la profesión docente. En Argentina, cada 11 de septiembre se celebra el Día del Maestro -en nuestro país es cada 6 de julio- en honor a sus preocupaciones pedagógicas, que lo hicieron conocido como “el padre de las aulas”. Esta biografía es extraída de la web Historia y Biografías.com
Precursor de la pedagogía social, héroe de la escuela popular y creador del normalismo, Domingo Faustino Sarmiento puede ser considerado, a justo título, el primero y el más grande de los educadores argentinos. Escritor, periodista, sociólogo, político y gobernante, Sarmiento fue, ante todo y por sobre todo, Educador. Durante toda su vida, en todas partes, ocupase el cargo que ocupase, fue siempre educador: educó siendo ministro, gobernador, legislador o presidente.
Educó sembrando escuelas y bibliotecas populares, agitando la opinión pública en favor de la enseñanza desde las columnas de la prensa, fundando “El Monitor” o escribiendo la “Educación Popular”. La instrucción fue para él la medida de la civilización. Condenó al analfabetismo como al enemigo declarado del progreso del país. Por eso, hizo de la enseñanza la pasión dominante de su vida, y así lo proclamó él mismo. “Dondequiera -expresa que se reúnan seis personas para tratar de educación yo estoy con ellas y recibo mi parte.”
Siendo presidente, al asistir al acto inaugural de una escuela que llevaría su nombre, dice: “Me habéis encargado del poder supremo de mi país; y si al último hombre de la República le preguntaseis qué cree que haré con ese poder, os contestará: fundar escuelas”.
El pensamiento pedagógico. El pensamiento pedagógico de Sarmiento no está expuesto metódicamente en ningún tratado. No dispuso del tiempo necesario para ocuparse de ello quien vivió apremiado por la urgencia de resolver, antes que nada, todos los arduos y grandes problemas de la educación pública. Era preciso organizar con celeridad el vasto plan de instrucción que el país requería, con la adopción de las más acertadas soluciones educacionales de origen europeo a la realidad de nuestro medio americano.
Por eso, fue la suya una pedagogía de acción, cuyos principios doctrinarios, no siempre expuestos, se encuentran dispersos, sin sistematizar, en sus libros, articulas, informes, memorias y discursos. Dos influencias principales pueden señalarse en su pedagogía: la francesa y la norteamericana. Como los hombres de nuestra revolución, se nutrió de las doctrinas francesas de la segunda mitad del siglo XVII.
Sarmiento es, sin duda, uno de los principales precursores de la llamada pedagogía social contemporánea. Con profunda intuición, vinculó la instrucción popular a los problemas y necesidades de la sociedad y del Estado. Demostró que la sociedad tiene especial interés en asegurar a los individuos que la componen una preparación eficaz mediante la educación primaria, considerada como la “educación nacional”, para el desempeño de sus múltiples funciones en la vida civilizada.
Escribió Sarmiento páginas con ideas definitivas sobre la sublime función social del maestro de escuela, elevando su concepto en la conciencia pública y en las esferas oficiales. Compara la función del magisterio con la del sacerdocio.
“El sacerdote al derramar el agua del bautismo sobre la cabeza del párvulo, lo hace miembro de una congregación que se perpetúa por siglos a través de las generaciones y lo liga a Dios, origen de todas las cosas, padre y creador de la raza humana. El maestro de escuela, al poner en las manos del niño el silabario, lo constituye miembro integrante de los pueblos civilizados del mundo, y lo liga a la tradición escrita de la humanidad”.
El maestro no podía ser improvisado. No sólo basta poseer los conocimientos para transmitirlos; se requiere además el arte de enseñar. Consecuente con estas ideas, afrontó Sarmiento, con apasionamiento, el problema de la formación del magisterio como una especialidad, con el objeto de capacitar al docente para cumplir con eficacia las funciones de la enseñanza. La educación de la mujer, En su concepción pedagógica, Sarmiento pone de relieve la trascendencia de la función social de la mujer como complemento de la acción de la escuela.
A ese respecto dice en su obra Educación popular: “De la educación de las mujeres depende, sin embargo, la suerte de los Estados; la civilización se detiene a las puertas del hogar doméstico cuando ellas no están preparadas para recibirla. Hay más todavía, las mujeres, en su carácter de madres, esposas, o sirvientes, destruyen la educación que los niños reciben en la escuela.
Las costumbres y las preocupaciones se perpetúan por ellas, y jamás podrá alterarse la manera de ser de un pueblo, sin cambiar primero las ideas y hábitos de vida de las mujeres”. Considera Sarmiento que las mujeres morigeran y suavizan las costumbres. Sin su concurso, peligraría la causa de la civilización, ya que la primera educación impartida en el regazo materno forma en el hombre hábitos, inclinaciones y caracteres indelebles.
En lo que se refiere a la educación de la primera infancia, afirma que las mujeres poseen aptitudes de carácter y de moral que las hacen infinitamente superiores al hombre.“Dotadas de un tacto exquisito para dirigir la niñez, cuando el exceso de afecto no las extravía, las mujeres solas saben manejar sin romperlos los delicados resortes del corazón y de la inteligencia infantil.”
Deja una respuesta