¿Y quién fue Raúl Porras Barrenechea?
Aun hoy hay intelectuales que fueron sus alumnos en la década de los años 50s. El escritor Mario Vargas Llosa, por ejemplo, o el historiador Pablo Macera, se cuentan entre aquellas personalidades de la cultura y el arte peruano que todavía pueden dar testimonio de sus clases magistrales en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en la que se formó como filósofo y donde ejerció como docente de literatura. Para cierto grupo de personas interesadas en la lectura y el conocimiento del Perú, la sola mención del nombre Raúl Porras Barrenechea es motivo de añoranza y admiración, como una de las últimas figuras que adecentó e iluminó el ejercicio político y diplomático. Sin embargo, para la gran mayoría de peruanos modernos es una persona totalmente desconocida, que perteneció a un mundo hoy muerto, el mundo del pasado. Quizás ni siquiera lo reconozcan cuando revisan los billetes de 20 soles que a diario intercambian para sus compras y actividades. Ni se imaginan que fue él quien escribiera la frase “el río, el puente y la alameda”, que luego Chabuca Granda utilizó en el conocido vals La flor de la canela. Hoy lo recordamos en este breve artículo extraído de la web de la UNMSM.
Nacido en Pisco el año 1897, Raúl Porras Barrenechea se inició como profesor universitario dictando el curso de Literatura Castellana en San Marcos.
Si bien Porras fue historiador, crítico, diplomático, hombre de letras y periodista, sin duda la vocación de su vida fue la enseñanza. En la cátedra universitaria, en el aula escolar, en los seminarios y conversatorios, transmitió a varias generaciones su saber histórico.
“En sus clases y conferencias, salpicadas siempre de fina ironía, Porras aprovechaba para condenar la irresponsabilidad de las afirmaciones irresponsables. Lo escuché alguna vez, libro en mano, demostrar garrafales errores en que incurrían escritores de alguna nombradía”, así lo recuerda el ex presidente de la República Fernando Belaúnde Terry.
Belaúnde agregó que Porras fue un verdadero maestro. Un hombre de profunda sensibilidad que como historiador enseñó a cultivar la verdad, a investigar a fondo los hechos y a afirmar solamente lo que podía sustentarse con todo rigor y seriedad. “Tenía la habilidad de transportar al oyente o al lector al lugar donde se libró una batalla o se produjo algún dramático trance”.
Pruebas contundentes de esta afirmación son los numerosos libros que Porras nos ha legado para la posteridad. Allí están sus Crónicas perdidas, presuntas y olvidadas sobre la conquista del Perú, Mito, tradición e historia del Perú, Fuentes históricas peruanas, este último mereció el premio nacional otorgado a los estudios históricos.
Otra de las obras importantes de nuestro personaje es El Inca Garcilaso en Montilla que aportó una valiosa información documental para esclarecer un extenso lapso de vida del autor de Los Comentarios Reales.
Jorge Puccinelli, uno de sus discípulos, resalta que Porras pertenece a la generación del Centenario y, dentro de ella, al grupo del “Conversatorio Universitario”, institución que él fundara en San Marcos en 1919, congregando a lo mejor de la juventud estudiosa que había participado en la reforma universitaria para investigar el tema de la independencia del Perú.
Su ingreso como bibliotecario al Ministerio de Relaciones Exteriores en 1922, marca el inicio de su vida diplomática. Desde entonces no hubo problema internacional a cuya solución no ofreciera las luces de su inteligencia lúcida y rotunda que marcó siempre rumbos firmes y definidos a nuestra Cancillería.
En la cuestión de Leticia con Colombia le tocó a Porras desempeñar un papel destacado como asesor de nuestros delegados que discutieron en Río de Janeiro los términos de un arreglo que no soslayara importantes aspectos históricos del litigio.
Durante las acciones militares de 1941 en la frontera con el Ecuador, la oficina de Raúl Porras, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, centralizó los despachos del frente y los vertía a los medios de difusión con los comentarios y aclaraciones que eran necesarios para ilustrar a los lectores y de paso contrarrestar los infundios de la campaña ecuatoriana.
El indeclinable amor por el Perú despertó en Porras su vocación por la historia, que lo cultivó desde remotas culturas indígenas, hasta la época republicana.
Su acogedora casa-biblioteca de la calle Colina en Miraflores, que hoy alberga al Instituto que lleva su nombre, ha sido y es el hogar espiritual de muchas promociones universitarias a las que ofreció su consejo y orientación permanente hasta su muerte en 1960.
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