El arte latinoamericano estuvo de luto esta Semana Santa

Dos grandes exponentes del arte latinoamericano fallecieron durante la Semana Santa: hablamos del colombiano Gabriel “Gabo” García Márquez y del portorriqueño José “Cheo” Feliciano. La literatura y la música son, de las artes mayores, las que mejor enlazan dos universos aparentemente opuestos: lo académico y lo popular, en páginas y melodías creadas e interpretadas con talento y pasión sinceras, se funden de manera imperecedera y trascienden las fronteras no solo físicas sino también emocionales, configurando una riqueza que no se mide en números sino en sentimientos. Las novelas y cuentos de García Márquez, las salsas y boleros de Feliciano, se han grabado como tinta indeleble en la memoria de sus países y a partir de ellos, del mundo entero. Por eso las despedidas multitudinarias, los adioses que duran semanas. Nuestro homenaje póstumo a dos grandes artistas, dos grandes seres humanos.

Lo pudimos ver en las imágenes captadas vía satélite el pasado fin de semana: miles de flores amarillas, repartidas entre Colombia y México, las máximas autoridades de ambos países reconociendo el carisma y el valor de la obra de Gabo, miles de personas contemplando la gigantografía de esa sonrisa inolvidable, de esos lentes de marco grueso negro que, hasta en los últimos tiempos, reflejaban el brillo de esa imaginación que trajo al mundo joyas de la literatura contemporánea como Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del colera y tantos, tantos otros títulos que, de la novela al cuento, de la crónica de viaje al artículo periodístico, rezumaban fantasía, esa que se encorsetó en los membretes “realismo mágico” y “boom latinoamericano” con los que se identifica su creación literaria.

También lo vimos en la sesión de improvisaciones salseras, allá en Ponce, uno de los distritos más populares de Puerto Rico, donde miles de ciudadanos de a pie, autoridades, fanáticos de la música afro-latino-caribeño-americana (como decía Luis Delgado Aparicio) y colegas cantantes, cada uno más famoso que el anterior, que despidieron a Cheo, un grande de la música en nuestro idioma, una persona que deja tras de sí un legado discográfico de intensa calidad y en el recuerdo, un aura de sencillez que jamás se apartó de su forma de ser, aun cuando llegara a las cotas más altas de su popularidad, en la década de los ochentas.

Ambos fueron, curiosamente, muy cuestionados por aspectos colaterales de sus biografías. A don Gabo se le criticó, desde algunos fueros políticos y literarios, su apoyo al régimen cubano, su preferencia por México y su hermetismo frente al misterioso caso del aparatoso rompimiento de su amistad con Vargas Llosa, acaso su nemesis literario desde el inicio de ambos. A Cheo lo opacaron las críticas relacionadas a su estilo de vida, que estuvo a punto de terminar en varias ocasiones a causa de la adicción al alcohol y las drogas, infierno del cual él mismo se recuperaría tras ver el final de algunos de sus mejores amigos, como por ejemplo, Héctor Lavoe.

Las canciones de Cheo Feliciano, como los escritos de Gabriel García Márquez, tienen el don de la permanencia. Una vez que uno las escucha quedan para siempre en la memoria. Allí está Anacaona, la “india de raza cautiva”, o El ratón, telúrico son con ascendencia cubana que revienta al final con un estribillo que todo salsero que se respete conoce de memoria, o sus inolvidables interpretaciones bolerísticas que lo acercaban al estilo de los crooners norteamericanos, tipo Frank Sinatra o Dean Martin, un estilo que Gilberto Santa Rosa trata de imitar, aunque sin tanta prestancia. Elegante, de voz potente y a la vez romántica, Cheo enamoraba al cantar. Y cuando se trataba de improvisar, no había quien le ganara.

Las novelas de Gabriel García Márquez están escritas para el público amante de la literatura, no para la crítica. Sin embargo, ambos universos lo aclamaron desde el principio. Y los menos cultivados también reconocieron su valor, porque era tan fácil leerlo que llegaba en general a todos. Por su parte, el canto de Cheo Feliciano provenía y se dirigía siempre al de abajo, al pueblo que goza del escapismo de la música, de la salsa brava. Pero hubo más de un sector asociado a lo lujoso que no dejó de moverse al compás de sus fraseos y de sus boleros. Arte culto y arte popular unidos, como la máxima representación del talento: la capacidad para no hacer distingos, una forma muy elevada de practicar la democracia, superior a la de la mundana política.

No solo C0lombia y Puerto Rico están de luto, estamos de luto todos aquellos que apreciamos un buen libro, un buen boleto, un buen cuento, una buena salsa. Que en paz descanse, maestros.

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