Grandes Inventos de la Humanidad: El Jabón
Hoy los tenemos a disposición en todas las formas, colores, aromas y funciones imaginables. Los hay antibacterianos, para niños, para diferentes tipos de piel, medicinales, químicos y naturales, líquidos y espumosos. Es un producto indispensable en cualquier casa y hospital y, a pesar de que en zonas de extrema pobreza se conocen menos, abundan las campañas de aseo personal en las que se recomienda el lavado “con agua y con jabón”. En otras épocas fue un artículo de lujo pero en la actualidad forma parte de la más elemental cotidianeidad por su importancia en el cuidado de nuestra higiene y salubridad. También hubo una época oscura del jabón, y la sola mención de esta palabra causaba horror en las cuadrillas de esclavos negros que tenían pesadillas de solo pensar que podían terminar convertidos en “jabones”, cuando eran amenazados por sus patrones de ser lanzados a los tinajones hirvientes en los que se fabricaba en tiempos de la colonia, a fines del siglo 18 e inicios del 19 (la novela Matalaché de nuestro escritor chiclayano Enrique López Albújar, escrita en 1928, usa este tema como escenario de su historia de amor). En esta nota les contamos la historia de este artículo de primera necesidad en nuestros tiempos:
No se sabe exactamente ni cuándo ni dónde se hizo el primer jabón. Según la leyenda romana el jabón fue descubierto por el agua de la lluvia con que se lavaba debajo de los lados del monte Sapo, junto al río Tíber. La grasa de los numerosos sacrificios animales se mezcló con las cenizas de madera de los fuegos ceremoniales, y los esclavos notaron sus propiedades para limpiar, primero sus manos y luego las prendas de vestir.
Existen documentos de culturas primitivas que permiten estudiar el origen del jabón. Es el caso por ejemplo de unos tarros de arcilla de origen babilónico alrededor del año 2800 a.C., cuyas inscripciones describen la mezcla de grasas hervidas con cenizas. Otra corriente habla de un origen celta del jabón. Sea cual sea su procedencia, de lo que no cabe duda es de que los romanos contribuyeron enormemente a su amplia expansión.
Las teorías de Galeano, médico romano, fueron fundamentales hasta la Edad Media. Es el primero que nos facilita noticias sobre el empleo del jabón como medio curativo, para la higiene personal o el lavado de las ropas. También observó que la limpieza tenía un efecto curativo en las enfermedades de la piel.
La industria del jabón prosperó en las ciudades costeras del Mediterráneo, como España e Italia, favorecidas por la abundante presencia del aceite de oliva. Destaca en el siglo XV la aparición del jabón de Marsella, preparado con una mezcla de grasas vegetales.
No obstante, y en esta misma época de finales de la Edad Media, ante la gran expansión de la epidemia de la peste negra el baño pasó a considerarse una actividad peligrosa por las creencias de que el agua y las humedades eran altamente contagiosas. Esto ocasionó que la gente apenas se diera baños ni lavara sus prendas ni hogares agravando, sin ellos saberlo, de esta manera la expansión de la epidemia.
En el Renacimiento se mantenía la costumbre de ducharse solo una o dos veces al año, por lo general, y a la vez se desarrolló mucho la industria del perfume, precisamente para ocultar estos malos olores.
La fabricación de jabón siguió siendo un arte relativamente primitivo y reducido hasta el siglo XVIII, cuando fueron desarrolladas técnicas que proporcionaron un jabón más puro y cambió la conciencia de la gente sobre la importancia de la higiene.
Diversos químicos franceses aportaron importantes avances a la industria jabonera, descubriendo y desarrollando fórmulas para la obtención de sosa a base de sal común, o describiendo al detalle el proceso de la saponificación. Además, los hallazgos de Luis Pasteur demostraron que el aseo personal reduce la expansión de enfermedades. Todo esto permitió importantes avances y la profesionalización de la fabricación y expansión de jabón.
A mediados del siglo XIX llegaron de nuevo grandes cambios, entre ellos la primera lavadora mecánica. Era como una bañera cerrada con agitadores de madera, lo que permitía una mejor postura, no tener las manos siempre mojadas y ahorrar tiempo en el lavado.
Los descubrimientos científicos, junto con el desarrollo de la energía para operar las fábricas, hicieron de la manufactura del jabón una industria importante. La amplia disponibilidad del jabón hizo que pasara de ser un artículo de lujo a una necesidad diaria. Al generalizarse su uso, vino el desarrollo de jabones más suaves para el baño y el aseo personal y otros para usarse en las primeras lavadoras de ropa.
Los primeros detergentes aparecieron en 1916 en Alemania, pero realmente no despegaron hasta la Segunda Guerra Mundial. En este periodo había escasez de grasas animales y vegetales, fundamentales para la fabricación del jabón, y por ello se empezaron a utilizar otros ingredientes químicos que resultaban mucho más económicos y fáciles de manipular.
A partir de 1950 los productos de jabón fueron gradualmente sustituidos por detergentes sintéticos. Se trata de productos no jabonosos para lavar la ropa que son “sintetizados” o mezclados químicamente a partir de una variedad de materias primas. Esta combinación funcionaba muy bien porque eliminaba bien las manchas, y los detergentes se convirtieron entonces en un producto común en todos los hogares, superando las ventas del jabón tradicional que prácticamente se había quedado reducido al jabón en pastillas y en escamas.
Para la producción en masa, originalmente se hervían las materias primas en enormes calderas, ante la atenta mirada de un experto. Por la forma como resbalaba el jabón al removerlo a mano con una paleta precalentada, él determinaba si había que añadir algún ingrediente o alterar de algún modo el proceso.
Actualmente, la producción consta de tres pasos principales. El primero es la saponificación, mediante la cual se provoca la reacción de varios aceites o grasas con álcali y se obtiene jabón puro y glicerol en una mezcla con un 30% de agua. Aunque todavía se recurra a veces a la caldera, la saponificación se realiza en las fábricas más modernas con sistemas informatizados.
El segundo paso es el secado —efectuado con calor, al vacío y por aspersión—, con el cual se forman bolitas que contienen tan solo un 12% de agua. El paso final es el acabado, durante el cual se mezclan las bolitas con perfumes, colorantes y otros aditivos que aportan al jabón su aroma y demás características distintivas.
Las barras resultantes pasan por un proceso de extrusión y troquelado, que les confiere la forma deseada. Para atender las demandas de los consumidores actuales, ha sido necesario fabricar jabones de tocador con mayor variedad de fragancias frutales y extractos de hierbas, que convierten su uso en una experiencia “natural” y vigorizante.
Conviene destacar que, aunque hoy se comprendan mejor que nunca los procesos químicos implicados y haya mejorado tanto la fabricación de productos de limpieza, el jabón tradicional ha mantenido su popularidad. Pocos se atreverían hoy a negar que el jabón es necesario para la higiene y la salud. Por otro lado, es irónico que en esta época tan marcada por la suciedad moral y espiritual sea más fácil que nunca conseguir la limpieza física. Lo cierto es que la limpieza externa adquiere su máximo valor cuando constituye un reflejo de la pureza interior.
Fuente: Breve Historia del Jabón
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