Las telenovelas: Más que una sucesión de dramas e historias inverosímiles
Desde hace aproximadamente 50 años, la aparición de las telenovelas marcó el inicio de un género televisivo de gran influencia social y económica, produciendo un universo paralelo de compañías productoras, guionistas, directores, actrices y actores dedicados a la grabación de estas historias en las que confluyen dramas humanos, historias costumbristas, comedia y hasta crónica social y política de todo calibre. Casi de inmediato, y debido al impacto social que las primeras novelas generaron, se les criticó duramente por la presentación de personajes paradigmáticos y estereotipados, y se les acusó de ser un agente de distracción con intenciones que iban más allá del puro entretenimiento, para convertirse en las primeras herramientas de control mental sobre una población que, distraída hasta la médula por lo que fuera a ocurrir en el anunciado próximo capítulo, vivía de espaldas y con los ojos cerrados a la realidad, una situación que favorecía a las siempre oscuras intenciones manipuladoras del gobierno de turno. Sin embargo, las telenovelas también se convirtieron, a menudo sin que ese fuera su principal propósito, en fuentes de información sobre la idiosincrasia y el habla popular del país que la producía, además de hacer hincapié en situaciones en las que familias tradicionales terminan sumergidas en una multiplicidad de problemas a través de los cuales se exploran las manifestaciones más extremas de los sentimientos y reacciones humanas, la mayoría de veces recurriendo a la exageración o el idealismo, pero con contenidos que, vistos sin apasionamiento y con sentido práctico, pueden ser aplicados a casos de la vida real para prevenir problemáticas sociales asociadas a la convivencia familiar o grupal.
Luego de tres décadas de auge del cine como principal medio de transmisión de historias de ficción llevadas a la pantalla, como por ejemplo el cine mexicano o el español, que produjeron cientos de películas y estrellas de la talla de Pedro Infante, Sarita Montiel, Rocío Durcal, Jorge Negrete y tantos otros, la televisión ingresó a las casas familiares con una oferta novedosa e impactante: historias románticas que duraban meses y se propalaban de lunes a viernes, en horarios comerciales y con particular enfoque en el público femenino -el ama de casa- pero que, con el tiempo, se ha extendido a sectores más amplios.
La televisión mexicana fue la que mejor entendió, quizás por su intensa producción cinematográfica, este nuevo género y popularizó desde finales de la década de los 70s, sus historias por televisión, capturando la atención de millones de personas en el mundo de habla hispana, y estableciendo un estilo temático centrado en el sueño de toda joven de clase media-baja: ser la elegida por un hombre millonario que la defendía de todo y contra todo. Este ideal de índole machista se convirtió -y es, hasta ahora- en el leit motif de toda telenovela que se respete, razón fundamental tanto de sus éxitos comerciales como de las furiosas críticas que han motivado en todos estos años.
Tras década y media de predominio de México en la producción de estas telenovelas, otros países como Venezuela, Brasil, Argentina, Colombia y Perú formaron, a partir de la segunda mitad de los años 80s, su propio lenguaje y universo telenovelero. Actualmente hay telenovelas norteamericanas (conocidas allá como «soap-operas»), coreanas, filipinas, rusas o turcas, que compiten en el mercado latino con las tradicionales y, a menudo, repetitivas historias producidas en México o en Miami. Precisamente, en la actualidad son las historias provenientes de países lejanos y exóticos como Filipinas, Corea del Sur o Turquía, las que vienen suscitando gran interés en públicos latinos, porque muestran el comportamiento de sociedades ajenas a las nuestras, una galería de personajes nunca antes vistos y hasta costumbres y locaciones nuevas para nuestros televidentes, un fenómeno que en su momento produjeron las telenovelas brasileñas, que hoy ya son percibidas como predecibles.
Tradicionalmente, las telenovelas se transmitían en horarios vespertinos, desde el mediodía hasta las 4 o 4 de la tarde, por lo que su principal público -las amas de casa- podía verlas tranquila e ininterrumpidamente luego de concluir sus labores domésticas. Con la recomposición del panorama laboral y los roles más activos en los mundos académico, profesional y laboral de la mujer, las telenovelas fueron ocupando otros espacios, siendo programadas en horarios estelares -7, 8 o 9 de la noche- aunque siempre de lunes a viernes, una característica que se observa hasta hoy. Desde hace muchos años la segmentación de público también se ha ampliado y hoy sería un error decir que las telenovelas se dirigen exclusivamente al público femenino. Aunque es, sin duda, su gran bastión de público, hoy las telenovelas son vistas por familias completas, parejas, estudiantes, adolescentes y hasta niños, lo cual motiva una de las más fuertes críticas hacia ellas.
Al tocar temas de naturaleza sentimental y con fuertes dosis de exageración, muchos sostienen que las telenovelas no son adecuadas para el público infantil. Sin embargo y asumiendo la realidad actual en la que adolescentes y niños están expuestos todo el tiempo a las vulgaridades de la farándula y los llamados «realities» con situaciones grotescas, violentas y groseras de todo orden, las telenovelas, vistas con supervisión de los padres, se podrían convertir en fuentes de información audiovisual que les permita conocer lugares diferentes, zonas emblemáticas de los países en donde se graban, giros lingüísticos populares de cada región, y hasta costumbres sociales, religiosas o gastronómicas de países nuevos. Para ello es necesario distinguir también qué clase de novela conviene permitir que sean vistas por públicos jóvenes, evitando en lo posible las que abunden en situaciones violentas, de contenido explícito o lenguaje inapropiado, para no confundir más las cosas.
Nuestro país se ha caracterizado por ser uno de los que más telenovelas ha consumido en las programaciones de sus canales locales y hoy, a través de la televisión por cable. Desde Los ricos también lloran (México, 1979), que lanzó al estrellato a toda una nueva generación de actores como Verónica Castro o Rogelio Guerra, pasando por títulos como Vale todo (Brasil, 1987), Yo soy Betty, la fea (Colombia, 1998) o La hija del mariachi (Colombia/México, 2006), hay infinidad de títulos, cada uno con diversos niveles de impacto en audiencia, que han emocionado tanto a defensores como a críticos de este género. En EE.UU., las dos soap-operas más famosas fueron Dallas y Dinastía, que tuvieron también gran repercursión en nuestra forma de ver televisión durante los años 80s. En cuanto a producción de telenovelas, el Perú tiene el galardón de haber lanzado la que es considerada la primera telenovela moderna, Simplemente María, en 1969, protagonizada por los actores Saby Kamalich y Ricardo Blume, con un total de 468 capítulos de 48 minutos cada uno.
¿Ustedes qué opinan de las telenovelas? ¿Cuál ha sido su favorita?
Deja una respuesta