¿Por qué octubre es conocido como el «Mes Morado»?
La respuesta es sencilla: porque durante este mes se realiza en Lima -y en otras ciudades del mundo- una de las manifestaciones católicas más grandes del mundo: la Procesión del Señor de los Milagros. El culto y devoción a esta imagen de Cristo crucificado que sale en pesadas andas a recorrer nuestra capital cuatro días de octubre (el primer domingo y los días 18, 19 y 28) se identifica a través del uso del hábito morado. Los días de procesión las miles de personas que acompañan a la venerada imagen conforman un mar morado de gente, una de las estampas más representativas del fervor religioso de Lima, que combina elementos fundamentales de la religión católica introducida a nuestro país por los españoles con otros elementos de procedencia mestiza, criolla y afroperuana, que le dan sus principales características, conocidas y admiradas en todo el mundo. Durante todo octubre (mes morado) aun es posible ver a una considerable cantidad de personas, especialmente señoras de avanzada edad, que caminan por las calles utilizando esta tradicional prenda morada, que se ciñen al cuerpo con gruesos cinturones blancos de hilo. Antaño, incluso los oficinistas usaban corbatas moradas o los populares detentes, estampitas que iban prendidas a la solapa, para demostrar su devoción al también llamado Cristo de Pachacamilla. Conozcamos algunos datos de la Procesión del Señor de los Milagros a través de esta crónica:
Recuerdos de una Procesión
Aferrado a las rejas negras de un local comercial sin abrir, a las 5:30 de la mañana, me recuerdo a mí mismo esperando “al señor” sin saber exactamente de qué se trataba. Estaba sobre los hombros de mi papá, tenía 5 o 6 años de edad y lo único que me llamaba la atención era la posibilidad de que, una vez volviera a tener los pies en tierra, disfrutaría de alguna de las apetecibles golosinas que ofrecían, a gritos, cientos de ambulantes en esa abarrotada cuadra 4 de la Av. Tacna, en el siempre caótico Centro de Lima.
Todos hablaban del “señor” con la voz engolada y ciertos aires de misterio. La muchedumbre también esperaba y muchos otros niños como yo estarían, como yo, confundidos y hasta un poco molestos por haber sido levantados tan temprano esa madrugada de domingo. Muchos hábitos morados a mi alrededor, mucha expectativa. Podría decir que antes que un concierto de rock o un clásico en el estadio, esta era la primera vez que veía tanta gente aglomerada en un solo lugar.
De repente todos dirigen su mirada hacia el portón de madera del Santuario y Monasterio de Las Nazarenas, cuya construcción de estilo rococó data de finales del siglo XVII y que alberga a una orden católica llamada Nazarenas Carmelitas Descalzas de San Joaquín. La hermosa monumentalidad de su frontis contrastaba -como contrasta todavía- con la fealdad del cielo limeño -de ese color que algún escritor limeño describiera como “panza de burro”- y, aunque en esa época aun no había el tráfico que hoy nos aterra ni los claxons que nos ensordecen, ya Lima andaba transitando hacia el desorden que hoy es su marca registrada.
Las pesadas puertas comenzaron a entreabrirse y desde adentro emergió un espeso humo blanco, que llenó el aire del característico aroma del sahumerio, que lanzaban un grupo de señoras -las hermanas sahumadoras- vestidas de morado y con rejillas blancas sobre la cabeza. Cantan. Una marcha tocada con banda retumba en mis oidos. Fuertes explosiones alrededor. Y campanas. Demasiados estímulos sonoros a la vez. No sé si fue susto o emoción pero no podía despegar los ojos de esas puertas. Ni la más deliciosa golosina me habría hecho bajar. Tenía que ver al “señor”. ¿A qué hora sale papá?
Lo que vino después podría ser calificado de sobrenatural. Pero no por alguna revelación religiosa sino por todo lo que puede pasar por la imaginativa mente de un niño de 5 años. Un enorme personaje de gruesos y ovalados marcos dorados, se alzaba por sobre la multitud -aquel mar morado de gente– y avanzaba o, mejor dicho, levitaba delante de mis ojos. La única razón por la que no lloré de miedo fue porque mis padres tenían, en su habitación, un enorme cuadro con la misma imagen que había visto millones de veces cuando corría a despertarlos. Pero quedé muy impresionado por aquella visión fantasmal, aquellos sonidos y olores, aquel fervor. Caminamos durante horas, cuadras y cuadras, acompañando “al señor”. Los cánticos eran mayormente femeninos y la imagen que parecía volar se detenía de cuando en cuando y, al toque de una aguda campana, tras lo cual venía una oleada de aplausos, volvía a elevarse.
Naturalmente, las andas no vuelan ni levitan. Son 32 hombres quienes llevan sobre sus hombros esta imagen que pesa, con todos los adornos, arreglos florales y aplicaciones que contiene, casi una tonelada (990 kilos) aunque hay quienes calculan que puede llegar hasta los 1,200 kilos de peso completo. Estos cargadores, organizados en cuadrillas, conforman la Hermandad del Señor de los Milagros, una cofradía laica que funciona como una institución civil y existe desde hace aproximadamente 250 años. A la Hermandad pertenecen también las sahumadoras y las cantoras, además de los encargados de levantar y hacer andar la imagen. Cada cuadrilla es dirigida por un capataz y sus miembros son ordenados por estatura y peso para garantizar una distribución equitativa de la carga que cada uno debe soportar en su camino.
Mis abuelos paternos utilizaban el hábito morado, de paño grueso, todo el mes de octubre. Nunca supieron responderme cada vez que les pregunté el por qué era este el color. Mis pesquisas posteriores, ya en la universidad, arrojaron el siguiente resultado: contrariamente a lo que se piensa, el hábito morado existió antes de que se estableciera el culto y la procesión del Señor de los Milagros, pues identificaba a las Madres Nazarenas, devotas del Jesús Nazareno, que va a cuestas con la cruz. Fue una mujer ecuatoriana, de nombre Antonia Lucía Maldonado, quien llegó al Perú y fundó una casa para las beatas de Jesús Nazareno (las Nazarenas) que se convirtió en el Instituto Nazareno, con sede en el Callao. Casi veinte años después de eso, el instituto fue cerrado y demolido y doña Antonia recibió el encargo de cuidar la imagen de Cristo crucificado que había sido encontrada en uno de los muros de la iglesia de Pachacamilla (hoy esquina de Av. Tacna con Emancipación, desde donde sale cada año la procesión).
No hay tradición religiosa católica más grande en el Perú y su influjo, aun en estos tiempos de masivo desafecto por la espiritualidad y de masivos cultos paganos basados en el dinero y el engaño, se mantiene inalterable como podemos notar cada octubre desde hace casi 3 siglos. Instituciones deportivas como el Club Atlético Alianza Lima o políticas como los gobiernos de turno suelen buscar que sus actividades se asocien a este culto popular y hasta cuestionables prácticas como la tauromaquia encuentran su espacio en la denominada “feria taurina” del Señor de los Milagros. Desde luego, las bajezas humanas han llegado hasta la misma Hermandad con sonados casos de malversación de fondos, problemas financieros y muchas otras cosas, más cercanas a lo terrenal que a lo divino. Y por supuesto, no faltan los personajes de la política que pretenden expiar todas sus culpas y disimular sus corruptelas vistiendo el hábito morado y cargando las andas un par de cuadras. Nunca faltará un fotógrafo al lado para registrar la “emotiva” escena.
Sin embargo, el Cristo de Pachacamilla -llamado así porque en tiempos en que se inició el culto ese era el nombre del sector de Lima en el que se encontró la imagen, pintada en un mural del convento de las Nazarenas- sigue causando fervor y devoción en muchas familias limeñas y del mundo entero. En el Perú, el Señor de los Milagros también se pasea por el tradicional distrito de Barranco, durante noviembre. Y en el extranjero, comunidades de peruanos residentes en diversas ciudades norteamericanas -Washington, Miami, New York- sacan réplicas de las andas durante este mes. Recientemente, un hermoso altar dedicado al Señor de los Milagros fue colocado en una de las tantas capillas en el interior de la Catedral de Nuestra Señora de París, Francia, y es una de las más visitadas de este histórico monumento.
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