Rafael Santa Cruz (1961-2014): El adiós repentino de un maestro de nuestra música negra
El inesperado fallecimiento del músico, actor e investigador Rafael Santa Cruz ha dejado consternada a la comunidad artística y educativa del Perú. Su intenso trabajo como difusor de la cultura musical afroperuana, pasión que heredó de sus tíos Nicomedes y Victoria Santa Cruz, se encontraba en plena vigencia a través de las agrupaciones musicales y artísticas que él organizaba y mantenía con enorme tesón, a pesar del permanente ninguneo de la prensa convencional y los medios de comunicación masiva a estas manifestaciones, a las cuales únicamente prestan atención en ocasiones como esta, en que asistimos a su muerte, provocada por un paro cardíaco. Rafael, de 53 años de edad, acababa de ofrecer un espectáculo en la relanzada Feria del Hogar y nadie podría haber anticipado que sería su última actuación en público. Derrama Magisterial desea rendirle homenaje a este artista, preocupado por incentivar en nuestra juventud el conocimiento y amor por los diversos elementos de la cultura musical afroperuana.
A mediados de los años 90, la escena musical criolla-negra vio el surgimiento de Afroperú, un grupo liderado por los hermanos Rafael y Octavio Santa Cruz, sobrinos de Nicomedes y Victoria Santa Cruz, palabras mayores en lo que se refiere a la música afroperuana, en todos sus estilos, vertientes y matices.
Este apellido célebre llevó a Afroperú a posicionarse de inmediato como una alternativa moderna confiable, dentro de la rigurosa valla que los expertos en música peruana imponen a los artistas jóvenes que, muchas veces guiados principalmente por ambiciones de éxito comercial, combinan elementos de música tradicional con sonidos modernos sin tener un conocimiento profundo de aquello que pretenden fusionar.
En el caso de Los Hermanos Santa Cruz, como se hicieron conocidos, quedando Afroperú como el nombre de su primera producción discográfica, no había pierde. Crecer entre cajones, cajitas, quijadas y extraordinarios bordones de guitarra, expertos cantos de jarana y marineras limeñas, hizo de este grupo un referente actualizado de cómo se tocaban y se cantaban los festejos, los pregones y panalivios, pero con sabor a nuevo.
Siguieron un par de discos más, si la memoria no me falla, y posteriormente los hermanos tomaron caminos diferentes. Octavio se desligó del ambiente artístico y Rafael comenzó a ser convocado por diversas productoras para actuar en novelas, casi siempre en el estereotipado papel de sirviente de aristócratas. Su identificación con la cultura negra, siempre cultivada y realzada por sus célebres familiares, le hicieron fácil la adaptación de estos perfiles, haciendo trabajos memorables en la mayoritariamente precaria producción televisiva nacional.
Asi, el nombre de Rafael Santa Cruz se hizo conocido, aunque aun estábamos por ver su verdadera dimensión como artista y gestor cultural. Paralelamente a sus trabajos en televisión y como músico, el sobrino de Nicomedes desarrollaba su otra pasión, de menores remuneraciones pero mayores vuelos intelectuales: la investigación. Nuevamente siguiendo la senda marcada por su apellido, Rafael se especializó en la historia del cajón y los ritmos negros del Perú, cuestiones en las que profundizó sus conocimientos al grado de convertirse en catedrático universitario, tanto a nivel nacional como internacional.
Desde el año 2007, Rafael Santa Cruz montó el Festival Internacional del Cajón, con el cual alcanzó incluso introducir su nombre, pero sobretodo el de nuestro cajón, en el Libro de Récord Guinness, en el año 2’009, al reunir la mayor cantidad de personas tocándolo. Este logro, que él y su grupo bautizaron como La Cajoneada, se convirtió en un ritual que se llevaba a cabo en cada versión nueva del festival, incluida la última de ellas que se realizó hace apenas unos meses, en marzo de este año.
Rafael Santa Cruz interactuaba, casi a diario, con los mejores músicos peruanos de la escena criolla, negra y jazzística, investigando, fusionando ritmos, estableciendo nuevas formas de expresión musical, y su actividad era permanente, vital y muy creativa. Adicionalmente, dedicaba horas de trabajo a la enseñanza del cajón para niñosy jóvenes, contribuyendo de esta forma a la generación de identidad en torno al cajón, uno de nuestros aportes más importantes al mundo de la música internacional.
Su muerte deja un hondo vacío en el panorama artístico peruano, cada vez más en declive por la avalancha de destalentados que tenemos que sufrir diariamente en la televisión comercial. Y además nos impide seguir viendo sobre los escenarios a una persona alegre, sencilla, talentosa y cálida. Bastaba conversar solo unos minutos con él, como ocurrió en el caso de quien esto escribe, para darse cuenta de que se trataba de un artista que sentía profundo cariño y respeto por lo que hacía, que era difundir nuestra música.
Que en paz descanse, maestro…
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