Reflexiones Magisteriales: A mis maestras de colegio

Reflexiones Magisteriales: A mis maestras de colegioQueremos compartir con nuestros lectores unas reflexiones magisteriales ideales para el Día del Maestro, que celebramos en todo el Perú este viernes 6 de julio. La perspectiva de una profesora que recuerda con cariño y agradecimiento a aquellas que la formaron, y que hoy puede llamar colegas, es ciertamente una de las mejores para entender, o por lo menos intentarlo, la influencia positiva y el valor que una buena maestra puede infundir en las almas de sus pequeños alumnos, en camino a convertirse en hombres y mujeres de bien. Es necesario recuperar el autoestima de cientos y miles de profesores que han visto cómo se ha formado una corriente de opinión pública adversa, que los ve a todos, en general y sin capacidad para separar la paja del trigo, como los principales causantes del retraso educativo en nuestro país. En anticipo a este domingo, les dejamos estas reflexiones:

A mis maestras de colegio

Por Lic. Yvette Ubillús

En la vida nunca se deja de aprender y las personas nunca llegaremos a saberlo todo, el conocimiento es infinito y los seres humanos no lo somos, pero ahora que soy una profesional adulta y entiendo un poco más la vida, miro atrás y comprendo mucho mejor a mis maestras y maestros.

Al acercarse el Día del Maestro, vienen a mi mente mis profesoras de colegio, en cuyas personas quisiera rendir un breve homenaje a las maestras del Perú, estas mujeres dedicadas que formaron parte importante de mi vida cuando, por mi corta edad, todavía no tenía la capacidad de valorarlas en toda su dimensión.

Mis profesoras de colegio. Todas damas, trabajando un en colegio de alumnado femenino. Damas, repito, porque fueron mujeres que, con su presencia, impartían lineamientos del comportamiento que toda mujer debe practicar. Señoras y señoritas que, desde su vestir sobrio hasta su hablar correcto, suave o firme, según las circunstancias, daban una verdadera lección de clase, ese algo que no se compra ni se vende, esa clase que se aprende con esfuerzo, con buenos ejemplos, con dignidad y no necesariamente con dinero, pues en la humildad se puede gestar personas de gran clase, sin duda alguna.

Ellas, además, eran sumamente solventes en sus materias. Recuerdo, con nostalgia, que esas clases escolares tenían, incluso, un nivel académico más alto del que presentan muchas universidades en la actualidad. En una época donde era incipiente el uso de la tecnología, estas mujeres inteligentes tenían, además, el ingenio de fabricar herramientas manuales y caseras con las cuales graficar mejor sus contenidos en todos los cursos.

La señorita Josefina Fonseca, profesora cultísima en la Historia del Perú, había diseñado, a lo largo de sus muchos años como profesora de la materia, un sistema excelente por el cual, mientras explicaba la clase, hacía un cuadro sinóptico en la clásica pizarra verde, en la que se escribía con tizas de colores, cuando no se conocían las actuales pizarras acrílicas, a plumones; y pedía a las alumnas atender a la clase y seguirla en esta confección del gráfico, que luego nos permitiría recordar, sin haber tomado una sola nota, ni copiar largos textos, solo su cuadro en el que se desplegaba la coherencia de los hechos y el resumen de lo trascendental.

Nunca olvidé las formaciones de la Batalla de Ayacucho, ni tantos otros datos históricos que hoy se consideran obsoletos, inservibles y que, sin embargo, como profesional complementan mi conocimiento, le dan trabajo a mi buena memoria y tienen sentido en cuanto al desarrollo de los hechos ocurridos en mi país.

Otro estilo tenía la señora Doris López, maestra sumamente versátil en Literatura, ella nos encargaba la lectura de los clásicos y se mostraba confiada de que en nuestros años de adolescentes no existía ningún impedimento para que pudiéramos entender y nutrirnos con los libros que habían trascendido a la humanidad. Por el contrario, ella tal vez fue una de la precursoras del concepto, según el cual la lectura mantiene el cerebro activo y sano. Obras inmortales, poemas que aprendimos de memoria, y que hasta hoy puedo recitar, autores y temas. Nada de resúmenes copiados de internet, ni abreviaciones del texto original, ni la opinión de otro que lo leyó por mí y que yo repetiré sin tener mi propia versión y criterio. El valor de la literatura está en su riqueza y puebla nuestra vida de nuevas ideas y criterios, abre puertas, responde preguntas, resuelve misterios.

Y para las Matemáticas, tan difíciles, tan feas, ahí estaba la señorita Jesús Muchotrigo, absolutamente conocedora de todos los secretos que se esconden detrás de los números y las fórmulas, que siempre tenía una manera didáctica de transmitir ese conocimiento que muchas, como yo, no disfrutábamos tanto.

Ella tenía la paciencia y la seriedad necesarias para asesorarnos, una cuidadosa grafía que embellecía las letras y los números en las viejas pizarras verdes. Sus números eran claros y sus explicaciones, concisas. No me convertí en una mujer de números pero aprendí lo necesario y desarrollé el pensamiento lógico desde muy temprano, gracias a ella.

Quisiera decir algo de todas mis maestras, que fueron muchas y muy buenas, pero está claro que sería muy largo. Sin embargo, en el recuerdo de cada una, comprendo la magnitud de su importancia para mi vida. Y hablo en singular porque, si bien es cierto, los maestros llevan adelante una clase con numerosos alumnos, inquietos seguramente como lo éramos nosotros, deben estar conscientes que tienen al mismo tiempo una relación personal con cada uno de ellos y en el recuerdo individual de sus pupilos se multiplica el valor de su legado.

De lo que aprendí de ellas, han aprendido mis alumnos. Esa es la magia de ser un buen maestro: dejar en nosotros conocimientos y enseñanzas que se convierten en parte de nuestra propia personalidad y que transmitimos a nuestros alumnos, como también a nuestros hijos, familiares y amigos. En tantas ocasiones me he sorprendido a mí misma repitiendo sus dichos, sus consejos, sus explicaciones, que en este Día del Maestro mi mayor deseo es que los alumnos valoren a sus profesoras y profesores y que las maestras y maestros siempre enriquezcan su labor teniendo en cuenta la dimensión de su profesión para el ser humano y para la sociedad.

No quisiera finalizar este saludo sin resaltar la figura de los maestros varones, tan importantes de igual manera, no tuve la experiencia de tener caballeros como maestros en un colegio solo para alumnas mujeres, pero sí los tuve en la universidad y quisiera resaltarlo en la persona de mi profesor Jorge Salazar, gran periodista, escritor y estudioso peruano que en los años de la enseñanza superior complementó con gran profesionalismo aquellos conocimientos que traía de la escuela. Hombre de vasta cultura, incesable investigador, pulcro comunicador que extraño cada vez que recuerdo la ciudad de Damasco y sus cuadernos.

Estimadas maestras y estimados maestros del Perú, como diría en una arenga alguno de nuestros próceres de la independencia: ¡El Perú los necesita! ¡El Perú los demanda! En este día en que los celebramos y recordamos su labor permítanme hacerles este llamado a formar parte de la historia de este país que tanto depende de ustedes, en cada clase, en cada nota, en cada corrección que nos cuesta tiempo y esfuerzo está la posibilidad de un país mejor construido por mujeres y hombres formados por nuestro empeño y dedicación que tal vez un día se acuerden de nosotros con nombre y apellido y se sonrían al repetir lo bueno que les dejamos para la vida.

¡Feliz Día del Maestro!

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