Reflexiones Magisteriales: Keith Emerson, salud mental adulta y el lado oscuro de la tecnología
Todos hablamos de las bondades de la internet y las redes sociales, su capacidad para albergar información y generar relaciones a distancia, aprendizajes múltiples y vidas sociales intensas sin la necesidad de salir de casa. Sin embargo -y sin negar que, bien utilizada, la red de redes es un espectacular instrumento de aprendizaje- también tiene aspectos negativos y oscuros que nadie está abordando con la seriedad y profundidad que merecen. El cyberbullying -esto es, el abuso y denigración de grupos sociales dirigidos a una persona por internet- es una problemática común, más común de lo que queremos aceptar, y no solo en colegios y universidades sino también en la vida de personas adultas, ya logradas y hasta exitosas. El exceso de presencia en internet de personas con la salud mental frágil, debilitada por algún proceso depresivo o que simplemente no están con la personalidad debidamente equipada para defenderse de la influencia devastadoramente negativa que pueden tener críticas y expresiones humillantes publicadas sin ningún cuidado, no sabe de edades ni condición socioeconómica. El caso de un reconocido artista británico, que se quitó la vida a los 71 años de edad y tras una trayectoria sumamente exitosa en su actividad profesional, debería encender las luces de alerta sobre la relación directa que existe entre la salud mental humana y la tecnología sin gestión de tutores preparados para contrarrestar estos efectos.
Hace un par de semanas circuló por internet una noticia que conmocionó a los melómanos del mundo entero: el pianista inglés Keith Emerson, uno de los músicos más importantes de la década de los 70s, que combinó la música clásica de periodos como el barroco y el contemporáneo con el blues y el rock and roll, se suicidó en su casa de Los Angeles (California, EE.UU.), a los 71 años de edad.
Emerson, fundador y líder de las bandas The Nice y Emerson, Lake & Palmer; había alcanzado fama mundial a comienzos de los 70s al introducir los sonidos de sintetizadores recientemente inventados y llevarlos al máximo de su expresividad sonora y visual, con espectáculos que hasta hoy son considerados como revolucionarios.
Admirado y reconocido por sus pares, por la crítica especializada y por el público seguidor de sus composiciones y arreglos, no tenía ya nada que demostrarle a nadie. Sin embargo, la oscura decisión que tomó el pasado 10 de marzo tendría un origen relacionado al cyberbullying combinado con una profunda depresión.
Según cuenta su viuda, la también música japonesa Mary Kawaguchi, el tecladista estaba atravesando difíciles momentos desde que se le diagnosticó una enfermedad neurológica degenerativa, que le quitaba progresivamente la capacidad para mover sus manos. Siendo pianista esto le ocasionó un severo estado depresivo al no poder trabajar como habitualmente lo hacía y habría pensado más de una vez en quitarse la vida.
En los últimos años, con el auge de internet y las redes sociales, Keith Emerson estuvo recibiendo mensajes agresivos y ofensivos de personas que se burlaban de su creciente incapacidad para tocar por lo que finalmente ejecutó esta acción irreversible, dejando tras de sí una estela de oscuridad y tristeza en sus millones de fans alrededor del mundo, sin mencionar a su familia y colaboradores cercanos, mientras que los irresponsables autores de aquellos mensajes humillantes siguen en el anonimato, impunes y quizás hasta inconscientes de lo que han ocasionado.
A diario nos enteramos de casos de jóvenes estudiantes, niños y niñas, de distintos países del mundo, que se autoeliminan a raíz del cyberbullying: insultos, campañas de desprestigio social, burlas, acusaciones falsas, publicación de fotos privadas, exclusión de grupos sociales “populares” por discriminación racial, por orientación sexual, por sobrepeso o por ser “feo o fea”. La internet, así como ha elevado a la potencia nuestras posibilidades de aprender cosas, también lo ha hecho en términos de llevar a cabo comportamientos antisociales y negativos, lo cual hace que las personas de poca estabilidad emocional, decidan acabar abruptamente con su propia vida, para liberarse de la tortura social, del maltrato sin piedad a través de las adoradas redes, prodigio de la tecnología, la información y la comunicación.
¿Hasta qué punto la exposición de nuestras vidas en redes sociales es potencial riesgo de quebrar nuestra psiquis y llevarnos -a nosotros o a nuestros amigos, colegas, alumnos- a tomar una decisión de esta naturaleza? Si bien es cierto los caminos de la mente son impredescibles, hay ciertas acciones preventivas que deberían tomarse para minimizar estas situaciones que nadie, ni desde el Estado ni desde el magisterio, está encabezando en aras de llegar a un uso equilibrado de las herramientas tecnológicas.
La educación viene incorporando, lo más rápido que puede, los adelantos tecnológicos a su desarrollo diario. Hoy ya hasta se debate la conveniencia de permitir que los alumnos tengan sus teléfonos encendidos y conectados a la internet en el aula, cuando hace apenas unos años lo aceptado era exigir que se apaguen los aparatos para que la clase fluya sin interrupciones. La aparente ventaja de tener smartphones y tablets en clase radica en que el alumno, con la guía adecuada, comparará la información que da el maestro, en tiempo real, con lo que encuentre en internet y así, la clase será inevitablemente enriquecida.
Sin embargo nadie se pone a pensar en las múltiples formas en que los usuarios digitales pueden realizar tareas en simultáneo cuando están conectados a internet. Y, conociendo el comportamiento de los adolescentes, es fácil darse cuenta que los correos de mensajería instantánea, los chats, el envío de fotos y publicación de posts son una potencial herramienta de distracción y, lo que es peor, de bullying cibernético. Y las técnicas de control y vigilancia en el aula son aun muy débiles en comparación con la rapidez y fuerza que suelen tener estos comportamientos abusivos.
Pensar que el cyberbullying ha llegado a afectar la salud mental de un ser humano en su tercera edad, como el músico Keith Emerson, y que además era un artista consolidado con diversas características que le habrían permitido superar esta clase de acoso virtual es un caso para el estudio social y psicológico de los efectos de las redes sociales y para entender que, con todo lo útiles que son estas herramientas para el adelanto de la pedagogía, no son alfombras mágicas que nos trasladarán volando hacia una mejor educación por sí solas, sino que requieren de una formación en valores y en personalidad que no se consigue con solo un click.
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