Semana Santa: Días de reflexión, no de diversión

Semana Santa: Días de reflexiónLa posmodernidad -así es como llaman los filósofos del mundo a nuestros tiempos- tiene, entre sus principales características, un masivo y decidido desapego por lo espiritual, por lo reflexivo, por lo mesurado. La voluptuosidad, la diversión sin medida, el consumismo y el materialismo extremo son parte fundamental para la existencia del ser humano urbano y moderno. Si no hay diversión, si no hay juergas cada fin de semana, mi vida es vacía, no tengo ilusiones. Antes, los sabios decían «pienso, luego existo». Hoy es «me exhibo, luego existo». Si no estoy en las redes sociales mostrándole al mundo -a mi mundo, por lo menos- lo mucho que disfruto de cosas pasajeras, lo mucho que me divierto comprando, comiendo y bebiendo en lugares de moda, no tengo vida social. Y si no tengo vida social, no soy nada. Hasta tal punto llega este absoluto desapego por la espiritualidad humana que los días de Semana Santa, que son declarados feriado no laborable para recordar y reflexionar, desde la perspectiva cristiana, acerca de por qué Jesús murió crucificado, son considerados por la sociedad de consumo como un fin de semana largo cualquiera, y promueven viajes, excursiones, campamentos que terminan, por lo general, en fiestas desenfrenadas en las playas o discotecas de moda. Las nuevas generaciones -y algunas no tan nuevas- esperan con ansias que lleguen Jueves y Viernes Santo para salir a divertirse, pasando por encima del significado que tiene para la amplia comunidad de creyentes que sí se identifica con lo que se conmemora en esos días. Aun cuando se esgrima el argumento de «no ser católico o cristiano» las fechas en cuestión exigen respeto por la creencia ajena, pero eso tampoco entra en el sistema de ideas de la posmodernidad. Ni siquiera hablamos de fervor religioso sino de respeto hacia el otro. ¿Se imaginan a una banda de tamborileros entrando, a paso de cumbia o reggaetón, a un velatorio? Algo así es lo que sucede, desde hace varios años, con la Semana Santa. En esta nota, unas ideas para reflexionar sobre el tema con nuestros alumnos:

¿Ustedes se imaginan planificando un viaje, un campamento, una fiesta o un brindis que llegue «hasta las últimas consecuencias» cada vez que se cumpla un año de la muerte de su padre, su madre, su hermano o su hijo? Imposible, ¿verdad? Nuestra sociedad, formada en las tradiciones judeo-cristianas, predica que Jesús, Hijo de Dios, es parte de nuestra familia. Y cada Semana Santa los centros comerciales anuncian ofertas en comidas y tragos para los campamentos del «fin-de-semana-largo», las agencias de viajes invierten millones en publicidad con un mes de anticipación y los reportajes del próximo domingo nos contarán las enormes celebraciones en las playas del sur. ¿Será que hemos olvidado de qué se trata la Semana Santa? ¿qué recordamos en esa fecha?

Nuestros padres contaban que, cuando ellos eran jóvenes, no podía ni siquiera escucharse música durante los días centrales de la Semana Santa, esto es Jueves y Viernes Santo. Un poco exagerado quizás, eran otros tiempos y la cultura de un Dios castigador estaba mucho más acendrada entre padres e hijos. Pero lo que ocurre en estos tiempos es, por decir lo menos, una absoluta falta de respeto por los símbolos que conforman nuestras creencias religiosas.

Lo cierto es que, independientemente de qué religión abrace cada uno, no puede ser aceptada como algo normal esta costumbre de tomar los días libres de la Semana Santa como un pretexto para pasarla bien, como si se tratara de cualquier fin de semana. Para los creyentes, durante esas 48 horas fue apresado, torturado y finalmente crucificado a quien ellos consideran el Hijo de Dios hecho hombre. Para los no creyentes con cierta cultura general, se trata de conmemorar la muerte atroz de un ser humano extraordinario, de un ícono de la espiritualidad y la sabiduría social. En ningún caso merece ser tomado como motivo de celebración.

Hace algunos años, el cineasta y actor norteamericano Mel Gibson produjo y dirigió la versión fílmica más descarnada e impactante sobre la Pasión de Cristo. Precisamente, bajo ese título, Gibson no tuvo reparos en mostrarnos el horror, el dolor, la angustia que podría haber sentido Jesús durante esos dos días. Cada persona que iba al cine a verla salía sobrecogida, estremecida, reflexionando acerca de su propia vida, de su propia forma de ver las cosas.

A menudo, la superficialidad y sus goces externos y pasajeros suelen obnubilar el juicio humano, convirtiéndolo en un repetidor de comportamientos impuestos por la publicidad y los medios de comunicación masiva. En ese sentido, es comprensible que enormes cantidades de personas, particularmente jóvenes con poco o nulo criterio, se alejen de cualquier cosa que suene a algo serio, reflexivo (que ellos engloban bajo un solo término: aburrido) y prefieran sacarle la lengua a todo convencionalismo, bajo la creencia de que están siendo libres, pero en realidad lo que hacen es darles el gusto a todos aquellos comerciantes que, hasta en fechas que debieran ser dedicadas al recogimiento como estas, venden o mejor dicho, trafican con el tiempo libre de los demás y llenan sus arcas gracias al relativismo moral que es, como todos sabemos, el pretexto perfecto para dejar de lado el significado de la Semana Santa y tomarse estos días como si de una fiesta larga se tratara.

Sin caer en fanatismos religiosos que poco tienen de productivos, instamos a nuestros lectores a reflexionar en estos días sobre la muerte y resurrección de Jesús de Nazareth, Jesucristo, en caso de quienes sean creyentes. Y para quienes no se sientan identificados con la religión católica, considerar que de todos modos se trata de la conmemoración de un ser humano que murió en estos días y que esa sola razón debería bastar para no celebrar, por una elemental noción de respeto.

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